martes, 17 de junio de 2008
El uso del coche
Me desayuno, esta mañana, entre sones de querencias increíbles y con toques de guerra. La solidaridad del mundo y el "no" a este conflicto desbordado crecen día a día. Las sociedades, cada vez más cultas, más sensibles a los problemas de los más pobres, no desean soluciones sangrientas, sabiendo, como saben, que puede haber otras opciones. Sin embargo, no todo en el aire es solidaridad. Leo en estos albores del día que Murcia es la tercera Comunidad española donde más se utiliza el coche particular. Tan sólo tendríamos por delante, en este caso, y quizá en otros, a Canarias y Galicia. Hay quien dice que es un asunto, quizá un problema, de costumbres. Nos gusta meternos en nuestro castillo, que es el vehículo en cuestión, y tiramos para donde sea, y luego, encima, a buscar un aparcamiento, que ésa es otra... No importa que las estadísticas del Ministerio de Fomento digan que el 60 por ciento de los murcianos tenemos muy a mano un transporte público para poder utilizarlo. Aunque se diga lo contrario, los ciudadanos no argumentamos un coste económico, ni tampoco creo que pensemos tanto en la comodidad. Se trata de un hábito, de un hábito que hace a un monje que defiende la intimidad de su transporte diario a capa y espada. Es verdad que no se buscan, desde las Administraciones, alternativas, aparcamientos disuasorios, lo que sea, pero no es menos cierto que nos hemos acostumbrado a salir de casa en coche e intentar llegar en él hasta la puerta del trabajo o el comercio favorito. Es de locos, puesto que no hay sitio para tanta gente, mas seguimos en la misma tesitura y con la misma actitud. Eso de subir al coche, al coche propio, es todo un ritual. Tenemos dentro de él, al menos en teoría, un ambiente propicio para estar a gusto. Llevamos música, nuestros papeles, un sinfín de cosas que no sirven para nada, el "muñequito" de aquella novia que tantas noches nos marcó, la Virgen de la Fuensanta, que sabe más de nosotros que nosotros mismos, ese parasol que nunca utilizamos, esas herramientas que nos miran mientras las miramos, esos paquetes de pañuelos que nos llenan cualquier rincón, esos bolígrafos que no funcionan jamás por falta de uso, esa documentación que no puede estar más desordenada, esos cassettes o CD´s que nos distraen en los viajes más largos, esos recuerdos robados al destino... Dentro de nuestro vehículo a motor nos sentimos como más importantes, como dueños del presente y del futuro, como un poco más libres. Seguramente lo somos, pero no administramos siempre bien esa libertad, ya que a menudo viajamos a más velocidad de la permitida, gritamos al de al lado, aceleramos para contaminar más, hablamos con el móvil, poniendo en riesgo nuestra conducción, nuestras vidas y las de los demás. De vez en cuando acechamos para ganar al coche más próximo en una carrera semi-suicida que no lleva a parte alguna, ya que tenemos que parar en el siguiente semáforo. Además, está la locura de las motos, de sus conductores, de esas "pasadas" por donde menos te lo esperas y a velocidades de vértigo. Lo peor son los cruces, los atascos provocados, y un interminable número de ejemplos que nos ponen la carne de gallina y las pulsaciones a cien; y, total, para nada. Pienso que todo podría ser un poco diverso con algo de educación, de respeto y de ponerse en el lugar del otro. A mí, que no tengo ni miedo al avión, ni al tren, ni al barco, por cambiar la famosa canción, manifiesto que me encanta el coche y el conducirlo. No obstante, deberíamos pensar en buscar fórmulas para utilizarlo lo justo, en aras de una mejor convivencia, de un poco de menos estrés y de un ahorro energético importante, como importante es que contaminemos menos. ¡Que ustedes conduzcan bien!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario