jueves, 19 de junio de 2008
Equivocados
Esperaba otra cosa. Supongo que tú también. Cuando uno no se gana el respeto, la admiración y la entrega de otra persona es porque algo ha fallado: o la una, o la otra, o las dos. Lamentable. Sí, lo es porque el entendimiento ha de ser la máxima estrategia humana, y yo, quizá voluntariamente, he fracasado en su difusión y en su extensión. La vida está llena de cortapisas, y nosotros no debemos colaborar a que se incrementen los obstáculos. Ha sido un error, mi error, mi eterna equivocación, que se empeña en dar al traste con mis buenas intenciones, que, creedme, las tengo. Lo que pasa es que no siempre soy capaz de manifestarlas. En todo caso, a pesar de las diferencias de criterios, siempre alberga uno la esperanza en que las cosas se muden, en que mejoren, en que sean de otra guisa. Todos llevamos dentro una especie de fe mesiánica. En ocasiones, en muchas o en pocas, según se presente, creemos en lo que no vemos, pero también hay un gran número de oportunidades que nos demuestran que estamos en el lugar equivocado, en el instante más equivocado, y con la persona más insufrible del mundo. Es el caso. La victoria es un término militar que no me gusta. Por tanto, no voy a decir que la susodicha se ha alzado con ella, aunque así sea, que puede que lo sea. Digamos, claramente, que me ha dado un palo, otro, no sé si más fuerte, pero indudablemente más aleccionador. Lo he visto más claro que nunca. No importa lo que diga, no importa lo que haga, todo se resume en una frase: ¡está mal! En fin, no puedo más, y no quiero poder más. No es de recibo que alguien no te respete, aunque no estés en lo cierto, aunque andes un poco más para allá que para acá, aunque no te des cuenta de lo que conviene, siempre que actúes de buena fe, como digo. No se entiende que el amor no tape cosas. No niego, claro, que haya que reconducir las actuaciones que no merezcan la pena, las percepciones que no sean convenientes, los atropellos que cometamos con una u otra intencionalidad. Somos sencillos en nuestra composición orgánica, pero complejos en la ejecución de la fuerza que emana de nuestra química. Siempre he pensado que, ante la duda, hay que estar a favor del reo. En este caso, soy el reo, pero, además, con la inocencia manchada, preso de una culpa ganada de antemano. Alguien se preguntará: ¿Por qué aguantar? Por la esperanza, por la rutina, por el amor… Quizá por todo. En cualquier caso, es una gran equivocación seguir de esta manera. Debo salir de este encasillamiento y pedirme a mí mismo la carta de libertad. No acerté con mi candidata, o ella conmigo. Puede que ninguno de los dos supiéramos qué hacer o qué escoger. Hemos hablado muchas veces, pero nos hemos engañado la mayoría de ellas. Nuestro curso está agotado, y lo sabemos. Hemos pospuesto esta medida por considerarla muy traumática, pero aún lo es más soportar este hedor que nos ahuyenta. Estamos absolutamente mucho peor que en el punto de partida. Hemos ido hacia atrás, y el balance es claramente negativo. Nos damos unas razones que hablan de hipotecas y de futuros que no podremos vivir. No estamos a gusto, y lo mostramos. Las experiencias en común nos hacen más jirones. Hay mucho dolor dentro y fuera de nuestros cuerpos, en nuestro entorno. Hemos intensificado el caos, y ya no podemos reconducir una relación que prefiere cualquier cosa que esté enfrente. Ahora sí estoy convencido. Hasta en lo más nimio optas por otro u otros. Quieres un cambio, aunque lo niegues con la boca. Empezamos con mal pie, y terminamos igual. Estábamos equivocados.
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