¡Felicidades!

Te felicito, amiga mía, con la excusa de que es tu cumpleaños. Podría tener mil, pero he escogido ésta. Hace tiempo que quería decirte que me siento orgulloso de ti, de conocerte, de tenerte entre mis amistades preferidas. Mi compañera Pity afirma que los amigos, los verdaderos amigos, son como los buenos libros: hay que tener los justos. Te considero en ese nivel, y lo sabes. Hay una especie de energía, no sé si positiva o negativa, si de una ascendencia o de una descendencia, si de un grado o de otro, pero sabemos que existe y que nos une de algún modo. Aquí estaríamos nosotros. Siempre me ha encantado tu mirada de buena persona, de observadora nata que dignifica con su plática la naturaleza de las cosas. Te tomas la existencia con calma, o así lo parece, y tu inquietud te lleva al escenario de las preferencias serias. Hablas y escuchas, con mesura, como un don perfecto, y te metes a tus amigos y amigas en el bolsillo, porque, si todos somos “buena gente”, tú lo eres un poco más. Verdaderamente lo eres sin acelerarte, sin querer llegar la primera, sin adelantar el paso. Tienes aficiones que se mueven entre lo tradicional, lo nostálgico y la búsqueda prudente de nuevas perspectivas. Me agradas. Simbolizas una serie de pasos que esporádicamente pude dar en algún momento de mi vida y que se murieron entre mil batallas que otros ganaron. Asimismo, demuestras paciencia: sabes estar en tu sitio, y en pocas ocasiones pierdes la ruta de un camino tranquilo. Te mereces toda la felicidad del mundo, e incluso más si la hubiera en estos tiempos rotos. Solo te pido una cosa: aguanta, y hazlo como sea. Cuando no puedas más, cierra los ojos y la boca, y aguarda mejores momentos, que seguro que vendrán. Te quiero y te respeto a mi manera, dentro de ese sentimiento universal que nos ata y que nos hace miembros de la misma “cesta”. Ahí estaremos. ¡Felicidades por todo, y que vengan muchos años más! Así sea.