jueves, 19 de junio de 2008
La seducción
Seguimos durante años. No es cómodo. Hablamos. No hay representaciones. Nos expandimos. No estamos bien. Duele. Funciona, pero de aquella manera. Nos cuidan, y para nada. Nos vendemos caros, o baratos, según se mire. No representamos a nadie. Almacenan, y no queda apenas algo que intercambiar. No estamos acondicionados, ni siquiera acomodados. Nos aíslan. Los apoyos son limitados. Nos aparcan. Decimos que ahora sí, y es que no. Compramos una vivienda que otros ocupan. Nos falta dinero, pero, sobre todo, carecemos de fe en las buenas obras. Las oficinas están al completo. Rebajan los valores de referencia, y también las actitudes, que nos asquean. Pasamos la bola para quedarnos solos. Las puertas no tienen ni cerrojo ni llave. Llega el momento de emanciparnos, y no estamos preparados. Las garantías no sirven en el instante crucial. No hay fundamentos. Nos hemos equivocado. Determinamos las deudas, y nos tenemos que volver sin el regalo de la novia. No es posible. Las facilidades son ahora menores. Rebosamos de nostalgia. Cantamos como los ángeles, y nos apegamos a una sierra dentada y solitaria. No volvemos a casa. No queda hogar que visitar. No hemos aprendido. La espera es adúltera. Las citas nos quitan el pensamiento. No estamos para ir, y mucho menos para volver. Pasa. Las intimidades nos sorprenden. Celebramos años que desgastan, y no tenemos muchas ganas de extender un júbilo que está en el olvido. Las dificultades crecen alrededor. Las pistas nos hacen pensar. Los monumentos acogen a los ganadores. Los pinceles no retratan el espacio en el que estamos. Huimos de madrugada. Las riquezas no valen entre sustancias que envenenan. Nos hurtan. Estamos llenos de sospechas. Las contribuciones llegan tarde. Despedimos y recibimos, como la propia vida. Las mayorías mueren, como cayeron antes las minorías. Apelamos. Decimos. Llamamos sin cesar. Publicamos biografías, y nos falta el escenario de las servidumbres. Demuestro que estoy entre sorpresas, y mi corazón late mientras se aleja. La trayectoria es dura. Se nos llevan la flor. Las norias elevan el agua, y regamos el anochecer que deja lágrimas solitarias. La chatarra captura nuestras márgenes, que ya no existen. Las risas nos despiertan. Sobresalimos para suspender. Eludimos lo creíble, lo conveniente, lo amoroso. Las sensaciones nos definen con jugosas costumbres. Cesamos. Realizamos un arte que se come los huesos. Soñamos con lo peculiar y nos metemos en unos fenómenos que nos rompen las estructuras. Abandonamos los poemas y lo cotidiano. Hablamos con un enfoque dispar. La fiesta era hermosa, y se acaba. No está la copa, ni la Luna. La contundencia de los ritmos nos retira su jovialidad. Nos detenemos. Descienden las temperaturas. Nos invitan a los ruidos de una guerra hecha para sordos. Nos impacientamos ante la falta de entereza. Las hojas muertas nos desmoronan. Nos depositan entre visiones incomprensibles. Vuelve el agradecimiento, y los contertulios dicen serenamente que algo importante va a suceder. No es así. Braman. Adelantan las felicitaciones ante unos magisterios que nos meten en una caja de juegos y de sorpresas. Recordamos lo agradable. La variadísima carta nos oculta la cara verdadera. Los anuncios nos imprimen unas leyendas con un coste ameno y desarrollado. Somos picantes y violentos, y el ruido se impone, de tal modo que no caemos en la cuenta del cuidado, de las pasiones, de las capacidades, de los entusiasmos. El fenómeno es muy frenético y ya no vemos la fortuna. Estamos lejos de la frescura y del desparpajo de los años bellos. La salvación está entre dudas. La seducción nos ha robado todo, y es difícil la mudanza. ¡Maldita seducción!
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