Mi devoción

Deseo que me ilumines, que me alumbres a cada paso, que me exijas, que me otorgues tus prebendas maravillosas con espíritu de convocatoria y de empresa mayor y sin vacilaciones. Me pagas con tus bondades, con tus palabras de felicitación, con ese “patrimonio” que no tiene precio, con ese atuendo exclusivo que es sorpresa, sensualidad y revuelo y que me sugiere un despertar a un jardín. Por ti soy moderación y suficiencia. No cabe el fracaso con tu presencia. No hay artificios en tus rodeos terminológicos, que me encumbran a la cima más alta del mundo. Contigo me salen todas las cuentas. Regulo mis asientos y mis programas, y me acuso de quererte como un demente con tracción suprema. Considero mi inocencia ante cualquier evento, porque tú eres mi eximente. Localizo mi llave, mi turbina, y voy a máxima velocidad al refugio de tu corazón, que remueve mis mejores apuestas, ganadas por ti. Soy proclive a tu diálogo y te escojo como lo que eres: mi destino sociológico, cultural y semántico. Dejas todo transparente y diáfano, y me conviertes en la estrella de un firmamento bien dotado. Eres el personaje de la gran carroza en una maravillosa cabalgata bendecida por las comparsas que animan tanto como tú. Te celebro entre la tradición y la modernidad. Eres algo mítico y vivo a la vez, en permanente evolución, con un talante abierto, dialogante y servicial. Tus protocolos son de obligado cumplimiento. Me refundo en ti. Me otorgas una protección que supera cualquier crisis. Tenemos un níveo porvenir. No podemos concluir, sino más bien hacer renacer un amor sin límites y sin fechas de matriculación. La tolerancia ha ejercicio su mejor actuación desacreditando a lo que no debe trascender. Eres el espejo en el que me gustaría verme reflejado. Has reconducido las relaciones y te veo como ese maná inagotable. Has apartado las recriminaciones. Te integras en un plan generoso que pone una mordaza al sufrimiento y zanja las diferencias. Eres explícitamente mi devoción y mi cultura.