martes, 24 de junio de 2008
Una luz de esperanza
No hay nada imposible. Debemos confiar en el mundo. Somos pequeños, pero importantes. La consigna que debemos seguir ha de estar fundamentada en la reconciliación. Velemos por los poderes de los débiles. Para ello no podemos ser meros espectadores. Tenemos la fuerza, y también poseemos las respuestas a los grandes desafíos. No nos resignemos. Hemos de estar dispuestos a perfilar los ejes de la tolerancia. Los conflictos son muchos, pero podemos con ellos. Los podemos diluir. Las posturas pueden ser diversas, diferentes, pero eso no significa enfrentamiento. Somos parte de sociedades globales y hemos de vencer desde la pluralidad y la convivencia. Hay que recomponer lo roto, y es preciso que seamos constantes en ello. Los más privilegiados deben comprometerse con la sociedad. Igualmente, estamos obligados a reconciliar a los "enfrentados". Debemos defender con uñas y dientes los derechos de todos. La coexistencia entre las variadas culturas, lenguas y religiones es posible. Como decía John Lenon, “la paz es el camino” y debemos darle una oportunidad. Los accesos a ella son complicados, pero querer es poder. El Papa Bueno, Juan XXIII, afirmaba que había que colocar en el centro lo que nos une y dejar a un lado lo que nos separa. Es algo sencillo, hasta evidente. Ahora “toca” hacerle caso. Debemos implicarnos todos. Hemos de devolver la dignidad a la raza humana. Hemos de revestirnos de "unidad". Hay que erradicar el mal, que se presenta en forma de pobreza, de guerra, de enfermedades, de cuestiones que podríamos soslayar. Si no tenemos razones, nos quedaremos sin argumentos. Frente a los que siembran el terror y la ruina sembremos flores de esperanza. Recordemos que hay una lámpara en todos los rincones de la Tierra para que iluminemos una nueva estrategia. La reflexión está ahí: ahora es el turno de la acción. Encendamos, por favor, el fuego y la luz para los demás.
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