miércoles, 18 de junio de 2008

Mil razones para ser feliz

Ofendes al gran Dios de Abraham, al Dios de cualquier religión, cuando dices que no tienes suerte, que todo se tuerce a tu paso. Cuentas que no salen las cosas como deseas. Colocas un precio alto a aquello que no tiene valor contable, y por eso te agobias, porque no hay manera humana de armonizar los intereses materiales con los espirituales. La virtud está en la templanza, en el término medio, en que las condiciones óptimas lleguen desde la unidad lo antes posible. No valen reproches. La eficacia es una cuestión de aprovechar los recursos en aras del máximo beneficio. Defiendo el compromiso, y, cuando la suerte viene de cara, como es el caso que nos ocupa, tú, amiga mía, no tienes derecho a quejarte. Lo haces porque es humano el que así sea, pero no porque tengas razón. Nunca te ha abandonado el Azar. Tu vida ha sido sólida: ha estado llena de satisfacciones. Lo que ocurre es que no siempre somos capaces de detectar lo que otros ven desde lejos. Los consejos no son siempre buenos, y las lecturas suaves e interesadas tampoco. Mi acuerdo contigo es decirte la verdad, y la verdad es ésta, obvia por otra parte. En ocasiones, necesitamos que alguien nos confirme cómo se desarrolla la situación, y ahora me ha tocado a mí ese supuesto, lo que hago de mil amores. Corazón, no tienes ningún derecho a torturarte, a cuestionarte, a tratarte de un modo semejante. En cambio, sí tienes derecho a estar aquí, en este contexto, con unas circunstancias determinadas, que, además, aprovechas y compartes. Cuando te molestas, cuando repites que las cosas no te van bien, hieres la salud de las cuatro quintas partes del mundo, que se sorprenden cada mañana con una guerra, con una enfermedad, con un agravio, con una limosna, con una traición, con una soledad, con una falta de galletas o de leche… No nos damos cuenta de lo que poseemos, y supongo que es así porque siempre lo hemos tenido, porque nunca lo hemos perdido. Hay personas que dejan atrás a sus familiares, que no tienen sonrisas cerca, que trabajan 12 horas diarias, que no ganan lo suficiente para vivir, que quieren estudiar y no pueden, que son vilipendiadas, que están en un puro trapecio, que fracasan por falta de medios o de amigos, que no recuerdan a los suyos, quizá porque nunca los tuvieron… La existencia en este pretendido mundo azul tiene demasiados tintes, a veces nada agradables. Conviene que veamos el vértice positivo de las cosas, que no son ni mejores ni peores: son como son. La vida no es una cuestión de vueltas y más vueltas. Sencillamente es, es como es. Sé que digo una “perogrullada”, pero estimo que a menudo conviene que reparemos en lo claro y en lo nítido. No siempre damos con la clave de nuestro devenir. Por eso, cuando nos agobiamos, cuando vemos a gente ahogada, como es tu caso, debemos recordar aquello de que lo importante es tener salud, dinero y amor, y si tenemos estas tres cosas, aunque no sea por este orden, procuremos dar gracias a Dios. Te quiero.

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