miércoles, 18 de junio de 2008

Ni aquí ni allí

Me llenas con tu plática, con esa conversación herida, con ese malestar que se opone a todo, como hacía Luis Buñuel. Acudes a la fiesta de la vida, y juegas, sí, como el que más, y sustentas todo con un parecer ingrato. No es fácil estar en ninguna parte. La siempre huidiza felicidad se esconde en plan duro y nos asalta cuando no podemos asimilarla. Tú estás, y no estás, y colmas, y saturas, y entristeces al alba, que trae muertos, como reza la canción de Aute. No te encuentro, aunque te veo, aunque quería verte. Me asusto. Estoy por huir, por pedir un año sabático. Quizá me apunte a un lustro. Es posible que las vacaciones nos hagan pensar demasiado, más de la cuenta que no podemos abonar. Repaso la lección del lunes, y, si bien ahora la sé, estoy convencido de que, cuando llegue la oportunidad, lo haré mal. Siempre sucede. Menos mal que estás tú en alguna atalaya salvadora. Lamento no mostrarme al nivel que te mereces. Tengo suerte, después de todo. Atiendo tus conversaciones y recuerdo una caricia que dispone con mentiras de todo tipo. El grado de desidia acaba con todo, con más, con eso, con lo que podría aparecer. Es un desastre, la pura tragedia de la vida misma, que se retuerce en una espiral de violencia y de ruido. No somos. Termino de atender la llamada de la naturaleza y me duermo para sosegar los ánimos ante tanta impotencia. No me despido. El clima se ha enrarecido de tal guisa que no sé por qué comencé aludiendo a algo que ahora no termino de analizar. No hay respuestas: están en el aire, que recalcaban en los años sesenta. Es la maldición, la que quizá nos hemos ganado a pulso, con sumo empeño. Nos hemos aplicado en una dirección equivocada, algo que sabíamos desde el primer momento. Ahora tú me hablas: me cuentas muchas historias, las que sabes, las que intuyes, las que te propones, las que saboreas con un paladar atinado. Yo te escucho y te atiendo de verdad. He aprendido a quererte. Ahora no sé, me confieso calladamente. Me jacto de una serie de apetencias que se mojan nada más salir a la calle. El punto justo no se halla. El tono no es, no termina de ser. Hoy, corazón, estoy y no estoy, y me manifiesto con esta desazón repetida que nos conduce lentamente. Si nada cambia, si nada mejora, si nada se coloca en su pedestal, lo mejor podría ser quedarse aletargado en una cueva, o en otros menesteres, con los ojos cerrados, con la boca enmudecida, con las manos quietas, con las grietas del corazón tapadas... Me intento poner, pero no estoy, no resuelvo. No estoy ni aquí ni allí. Veremos.

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