lunes, 23 de junio de 2008
No te equivocas
Un reo de muerte, en unas confesiones a una periodista sobre su comportamiento, decía que no dejaba de ser paradójico que solo a él le llamasen “loco”. Es cierto que no estaba bien de la cabeza. Había asesinado por todos los Estados Unidos a una veintena de niños. Esto no obstante, nuestro convicto y confeso indicaba que la mayoría de los mortales pasan sus vidas organizándose con mil actividades que no generan felicidad. Añadía que casi todos nos levantamos temprano para estudiar o trabajar, que padecemos largas colas de tráfico, que, sobre todo en las ciudades, comemos mal, al tiempo que desconocemos a los vecinos de nuestro barrio. Rechazamos, por otro lado, el pacifismo; y el trajín que nos lleva de aquí para allá levanta enfermedades que nos destruyen a edades tempranas. Las posibilidades son muchas, mayores que hace unos años, pero nos proliferamos en costumbres que nos ahogan en medio de una agresividad permanente. La soledad, decía nuestro inteligente amigo, encerrado en el corredor que le llevaría al patíbulo, es esa compañera insoslayable que nos apunta a una recta final. Crecen las depresiones y las sensaciones de tristeza. Aunque sabemos más, nos entendemos menos. Nos retenemos, y somos menos libres, a pesar de caminar en las etapas supuestamente más independentistas. El pronóstico del tiempo viene a menudo cargado de nubarrones. Soplan vientos que nos disgustan, pero no decimos esta boca es mía, "por si nos salimos de la foto". Pensamos que otros también están pésimamente, y nos consolamos con aquello de "mal de muchos..." Tenía mucha razón este hombre al que le faltaban escrúpulos y cordura. Sus aseveraciones mostraban fehacientemente que, si bien la empleaba mal, tenía una enorme inteligencia. Pongo este ejemplo porque tú me dices que soy del montón, que soy uno más, que no te inspiro. Me recalcas como es mi existencia, llena de escollos y de titulares en la sombra. Decía Cervantes que "toda vida es", y yo añado que con independencia de los honores o galardones. La diferencia entre tú y yo es que soy capaz de reconocer que no te equivocas. Soy un mortal, soy quebradizo, soy, a mucha honra, una persona normal, sin pretensiones, que, desde la humildad, avanza cada día intentando aprender. Supongo que te ves mejor que yo, que los otros. Puede que tengas razón. No pongo en duda que eres estupenda, y, además, te lo he subrayado muchas veces. A pesar de ello, lleva cuidado: un día te mirarás al espejo y no te gustará lo que veas.
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