martes, 17 de junio de 2008
Ojalá supiera...
Me pides consejo, amiga mía. Piensas que sé, lo crees, y, aunque trato de ayudarte, debo confesarte que sé lo justo: me guío por la intuición, me dejo llevar por el buen aire de la mañana, y me refresco con el conocimiento sabio que otros que me han adelantado han tenido a bien participármelo. El asunto de las relaciones, como el de la propia vida, es harto difícil. No hay dos reglas que funcionen, lo cual contradice el término. Además, nadie aprende de experiencia ajena. Por otro lado, las cosas son como son, y nadie es capaz de alterar el ritmo de aquello que no es mudable. Evidentemente, no todo está cerrado, ni podemos saber qué lo está y qué no. Afortunadamente, no hay determinaciones absolutas que sepamos de antemano. Siempre existe un resquicio al cambio, a la esperanza, a la mejora. Digo que es así afortunadamente. Estás, amiga mía, en un tránsito: vienes de una parte, de un abandono, de un reflejo en el desierto, de un engaño, de un deseo no consumado plenamente, de un comienzo sin final, de un desdén después de muchos años, de un fracaso en definitiva, y vas camino de algo que no sabes qué es ni cómo definir. Aunque te parezca mentira, estamos muchos así, demasiados. Bienvenida a este fantástico club de la comedia donde en pocas ocasiones las cosas, complicadas “per se”, tienen una dirección o un sentido cierto. Cansa el pensar que nos equivocamos a destajo y que todo es una gran miseria. Es, inevitablemente, el barco en el que navegamos. Has hecho, me cuentas, un amago, un intento, sí, algo así, como para demostrarte algo, para ver si estás en forma, para ver qué sucede, para jugar un poco, para ver qué puedes contarte al día siguiente, para asomarte de nuevo al exterior. ¡Vaya! Parece que no te ha gustado mucho, que no te apetecía tanto, que te ha hecho daño cuando parecía que controlabas tú la situación. Sí, creo, y tú también lo dices, que ha sido un error. Te has precipitado. No podías esperar. Sé que es duro enfrentarse cada día a la soledad, al espejo, a la habitación solitaria. Lo sé muy bien. Sin embargo, es aún peor una nueva y repetida equivocación. Eres más sensible de lo que manifiestas, y, si sigues de esta guisa, te harás mucho daño, más del que calculas. Me pides, amiga mía, tesoro de la alegría, un consejo, y no sé cómo ayudarte. Únicamente te digo que seas tú misma, que no te preocupes en demasía, que te olvides de las espinas del pasado y que mires hacia delante sin depender de causas pérdidas. No te precipites. Tu momento llegará: tarde o temprano aparecerá con un puñado de rosas. ¡Ojalá, bendita mía, pudiera ayudarte!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario