Te recibo con euforia

Me sensibilizas. Has puesto tu granito de arena para que sea una persona nueva, y me has afectado para mejor. Las alertas se han apagado: ahora todo tiene una explicación coherente. Las averías se han subsanado. Los daños han sido restaurados, y los deterioros no parecen tales. Los sabores se paladean con suavidad y experimento un matiz que me coloca en onda. Me cuentas y te escucho. Accedo desde atalayas que, en vez de retenerme, me impulsan. Defiendes todos mis elementos básicos, y yo hago lo mismo con los tuyos. Eres el emplazamiento que largamente he buscado. Te miro con descaro. Ratifico cualquier acuerdo entre nosotros, que ganamos tanto y tanto con esta puesta en común. Delegas un millón de expectativas, que te devuelvo a cientos de millares de millones. Has traspasado mi corazón, que late apasionadamente. Procedo. Eres un magnífico principio sin final con un intermedio que prima con emociones. No quiero entrar en tradiciones y costumbres: no pretendo complicarme la vida. Las rutinas son malas consejeras. Tú me sacas de un círculo vicioso y me haces ser más yo mismo. Suena la sintonía de la vida con el compás de tu presencia. Mitigas el frío y dejas atrás cualquier complicación. Te alcanzo y me pego a ti. Penetro en tu mirada y observo las esperanzas que te rodean. Comparezco como una conclusión petitoria de tus resoluciones amorosas. Tus datos son míos y me adapto a ellos. Te relato mis recuperaciones, que rodean tu cuerpo y rozan tu piel. Eres un foco de calor inagotable. Haces que tenga más conocimiento. Me avalas. Tengo necesidad de ti y trato de optimizar mis argumentos en pos de una mejora de nuestra calidad existencial. Propongo y aplico medidas excepcionales. Los colapsos se han superado. A estas alturas, las impresiones nos regalan conciencia de estar juntos. Frente a cualquier patología, eres mi receta infalible. Te acojo con “euforia”: nuestra fusión es más grande que la nuclear.