martes, 17 de junio de 2008
Ellos se lo pierden
Tenemos una deuda, una enorme hipoteca que pagar, si es que podemos en alguna ocasión. La existencia del ser humano se justifica por muchas cuestiones, por muchos propósitos, por una serie de conquistas. Necesitamos, al menos así lo entiendo, unos invulnerables fundamentos que no se extingan. Debemos construir con ladrillos un “fuerte” lleno de patrimonio. No hablo de soluciones científicas, sino humanas. Me refiero a la formación, al conjunto de conocimientos que hemos de adquirir a lo largo de nuestra existencia. Parece que explico lo obvio, porque todos lo entendemos, pero lo cierto es que no todos lo ponemos en práctica. Desde que el “homínido” despego del suelo, su mayor conquista ha sido la comunicación, primero oral, y luego escrita. Este intercambio por unos u otros procesos, que se ha ido complicando con el paso del tiempo y las conquistas tecnológicas, ha sido la base primordial para salir adelante frente a nuestras a veces nocivas influencias. Aunque a menudo no se entienda, no hay mayor baza de defensa de la libertad que el aprendizaje, no solo individual, sino también colectivo. La sociedad avanza cuando está suficientemente formada la mayoría de sus miembros, teniendo previamente cubiertas las necesidades económicas, amén de otras matizaciones. No valen argumentos con coartadas, con ornamentos exculpatorios. Si colocamos un muro, lo único que hacemos es demorar las posibles soluciones. La vida es un lujo, un lujo con responsabilidades, y, entre ellas, descuella la evolución personal en todos los planos, sobre todo el de la sabiduría. Frente a la pereza mental y el vicio de quedarse atrás defendemos la “conmoción academicista”. Digamos “no” a las primaveras negras, a las mascarillas por enfermedades del cuerpo y del alma. La fantasía se despierta con actitudes. No hagamos de nuestros cuerpos unos cacharros. Como hecho obligado en nuestros particulares desarrollos hay que recurrir a la lectura como método o camino para viajar a todas partes a un precio módico. Debemos extender a los cuatro vientos que la auténtica libertad puede venir de la lectura, de la mucha lectura, adornada y aderezada, claro, de otros elementos. José Jiménez Lozano indica, con acierto, que “por lo menos, que los que no leen sepan lo que se pierden”. No es ambicioso, sino más bien una fortuna, el pedir que conozcan la poesía de García Lorca o de Miguel Hernández, o que hayan leído un poco a Pérez-Reverte, o a Pío Baroja, o a García Márquez, o a Vargas Llosa, o a tantos y tantos otros, actuales o no. No sé si hay tribus o ideologías dominantes, no sé tampoco si somos una especie a extinguir. Lo importante es que tengamos en cuenta cuál es nuestro deber. El paso del tiempo no debe borrar jamás la gloria de la Humanidad, que, aunque hoy no lo parezca, está ahí, peligrosamente amenazada. Frente a los bocinazos, el griterío y el ruido en sentido amplio, pensemos un poco más, y sepamos qué piensan los “otros”. Recordemos nuestro afán de niños cuando cogíamos un libro de cuentos. Leer puede ser entretenido, y mucho. Defendámoslo. Si no nos hacen caso, digamos como Jiménez Lozano: “ellos se lo pierden”.
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