martes, 17 de junio de 2008

También culpables

Nadie trae la comida. Se encuentra sola. El peligro acecha en un sistema en el que hasta los reyes pueden morir. La alerta le consume. No se puede reunir con sus padres. Suena la música del desencanto y de la desesperanza. Cuajan los alimentos en estómagos ajenos. Se limitan los hallazgos. El riesgo se representa con una mayor separación. Trotamos y nos quedamos aislados entre huecos de un lado y de otro. No está lista. Las competencias se derrumban. No bailamos. Las composturas alejan del sitio perfecto. No tiene. La navaja reluce. Canta para matar el miedo al silencio. Los millones rodean las actividades diarias y las sensaciones. Grita de vez en cuando. Regresa de ninguna parte y se manifiesta aturdida. Imagina. Lo sabroso deleita a otros. Los premios caen en distintas manos, que no son las suyas. El día no encanta como antes, y mucho menos en sus comienzos. Las costumbres ahuyentan. Ella no es, no es como hace tiempo. Lo bonito calla. El espíritu asalta a los distraídos y a las distraídas. Cuesta mucho, todo cuesta demasiado. Los descuentos nos imprimen una razón que no tiene ser. Lo irreal le toca el costado, que sangra. No gana para sustos. Ella tampoco. Se viste con un perfume de vainilla que descubre las aventuras vecinas. No enumeramos las estaciones de penitencia. No hay ahorro, y para ella menos. Los cambios conducen por doquier con prisas y anulaciones. Hay sed, mucha inconsciencia. Se distrae. Todo indicio apunta a un error, a un inmenso error que devora los problemas para generar muchos más. Corre durante un instante tan efímero como inacabable. Garantiza sus emociones con rastros imposibles de poder. Está eliminada del mundo que cuenta. No es protagonista. La suerte está echada. Matiza y no sale al encuentro. Se auto-invita, y no es. Tiene hambre, sobre todo hambre de justicia, y nadie se la ofrece. Los demás vemos la jugada, y hasta el partido, y no hacemos nada. También somos culpables de ello.

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