Pedimos una moratoria en el amor, una tregua geométrica que nos permita no obviar lo evidente y aprovechar el remanso de un destino que seguramente no pasará en más ocasiones.
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No me das señales de vida, ni de muerte, pero sé que estás ahí, que me rondas. Tú también conoces lo que pienso, aunque no haya sabido demostrar mi cariño.
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Me convenciste de un amor, de otro, del mismo, del que viene sin sorna y sin dobleces, y ahora te convenzo yo.
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Nos hemos apropiado de lo intangible en esta especie de milagro que nos infunde el valor de lo irreal, de lo que tiene un sentido casi celestial.
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