Te indico lo que pienso, y no te gusta, y, pese a todo, me vuelves a preguntar. Estamos locos.
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Subimos a esa pirámide de juego amoroso que nos divierte un tanto, quizá un poco, más de lo inicialmente pensado, pero que, finalmente, nos hará daño.
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No estamos convencidos, pero empezamos a recrearnos en ese destino que nos hace figurar entre anhelos poco concretos que nos llevan por muchos lugares que no acertamos a caracterizar. El ciclo se abre una y otra vez, y se cierra también.
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El invento no ha funcionado. Lo sabíamos, pero decidimos intentarlo de nuevo, con fijación. Andamos, sin querer, un tanto distraídos.
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