lunes, 11 de agosto de 2008

El mar de mi playa

Hoy siento la mirada que no tienes en apariencia, la que supuestamente no poseo, la que me ofreces como diluida, dicen, sin otorgarme ese beneficio que es duda. La playa me ayuda a cambiarlo todo. Lo muda, sí. Los sentimientos me llevan por doquier con una premura que antes me hacía daño. Ahora, aquí, el agua lo cura todo. No somos, por el aspecto externo, tras esa sonrisa de antaño, si es que fuimos, pero entiendo que seremos. Empieza el trasiego de sentimientos bajo el paraguas de un cielo con estrellas y palmeras de un paraíso descubierto por sorpresa. ¡Qué bendición! Soñamos con detenernos en alguna parte. El movimiento de los mares y de los océanos del mundo nos inclina para movernos con una cierta prisa. La sorpresa ya es un factor determinante que no vamos a apartar de nuestras vidas.

Los sueños de las razones nos producen unos sosiegos que profundizan en los espacios finitos, que nos impulsan a un nuevo hallazgo vital. No podemos aceptar las cosas como son. Ahí están con esa nada a la que venceremos. Los recuerdos nos nutren en este compartimento solidario que agudiza el ingenio como si fuéramos a una boda anónima.

Nos veremos en cuanto superemos ese oleaje provocado por la tardanza y la cobardía. Esto es lo que pienso. Se realizará el milagro del cariño en la más amplia expresión. Comprendo lo que ocurre. Me ha costado, pero ya entiendo. Hemos languidecido en la noche de los tiempos, que hoy, no como antes, saben a éxito. Miro y te veo; y contemplo la luz de mi rostro en ti. Quizá solo es la tuya. Me da igual. Me complace. Gano una nueva tanda de jovialidad, que me vuelve animoso y torpe, frágil, más débil de lo que pensé jamás. No me importa. Te tengo a ti.

Hemos aglutinado fuerzas sacadas de donde no parecía quedar nada. Los elementos sustanciales se han vuelto parejos, como nuestros incluso. Navegamos sin rumbo fijo, pero sabemos dónde vamos. Eso nos ha quedado tras la contemplación de la humedad de este mar que somos los dos, que eres tú, que es uno. Nos hemos alertado. No había motivos. Nos hemos congratulado también con el destino ya impregnado de fertilidad. Insistimos en las bondades sin saco, en las destrezas que previenen y arriesgan consiguiendo lo verdaderamente relevante. Hemos podido hablar, y lo hemos hecho. Ya estamos listos.

Pensamos en su día en tenernos, en avisarnos, en registrarnos en la nueva historia que, en estos momentos, nos embarca en una flamante aventura. Tenemos más de lo que precisamos, y hemos de valorarlo así. Nos hemos calmado. Anochece una vez más cuando todo es, por fin, lo que aguardamos. No es jueves. Sin embargo, asoma el milagro. Irá bien, claro que irá, en esta dimensión que nos trasciende el alma.

Hemos vivido en una realidad que, por fortuna, hemos superado. Ya comprendemos hasta el silencio, que no nos escandaliza. La armonía se ha vuelto ansia alocada en la noche, mientras miramos la Luna de esta playa que nos compone a imagen y semejanza de lo que elucubramos cuando éramos algo más, o algo menos, que ya no lo sabemos, ni nos importa. Hemos dado con la clave, con ésa que, como alguien señaló, se fundamenta en el creer, en pensar que no nos fallaremos. La tempestad nos hace comprensivos en los supuestos criterios infinitos.

Iré a tenerte, y tú me tendrás. Ya lo sé. Lo digo, me lo digo, para no ceñirme a la noria que nos hace mirar hacia una espiral donde no detectamos ni el principio ni el fin. Ya hay una referencia, y eres tú: lo eres en este acantilado que es playa, con arena, con sus tránsitos, con sus rocas, con su oleaje, con sus vaivenes, con su vida…

Hemos acudido a una nueva cita en esta costa que podría ser cualquiera, pero que no lo es, pues nos tenemos. No sabemos quién la convoca de los dos. Otros intuyen el resultado. Nosotros lo conocemos, pero, por unos instantes, aguardamos, aguardaremos, que la sorpresa, como te dije, nos gane la partida. Eres el mar en esta playa.

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