Las nauseas me invaden el cuerpo zaherido por las victorias de otros. Nos convencemos de comuniones que no dignifican el campo de una batalla que deja cadáveres y sepulcros por doquier. Nos aborrecemos por una falta de valor que provoca más desánimos.
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Nos volcamos ante esas miserias que nos destronan de la infancia consumida por esos años vencidos. La atención decae, y nosotros con ella.
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Nos lastimamos con amores que son fuego y guerra con ansias indómitas. Las espaldas se resienten.
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Hemos controlado un pulso que, cuando dormimos, nos pasa la factura impagable. Descansamos en la nada que apenas distingue el presente del pasado y el futuro.
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