Hemos mirado esa luz que nos lanza a millones de kilómetros de distancia, y, desde el infinito amoroso, lo entendemos todo.
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Te escucho y te admiro con unas fijaciones que nos proponen la vuelta atrás. No aleteamos, no podemos, no seguimos, y nos conformamos con serenidades imposibles.
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Te hago un guiño y te atiendo con regalos que nos prefieren con intenciones queridas.
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Todo saldrá bien en cuanto tomemos las decisiones que debemos afrontar con la firmeza que antes nos debió caracterizar. No hay profundidad, sino más bien deseo.
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