martes, 12 de agosto de 2008

La mirada de Diana

Miro tus ojos,
y veo lindeza,
esa hermosura
que rezuma la lealtad
que durante años
me ha llevado a ser
tu mejor amigo.
Lo soy, de veras.
Saltas.

No hay fracaso
en tus intentos,
que cruzan
sueños y mares,
con tempestades incluidas.
Corres.

Sugiero
una emoción intensa,
la tuya, que es mía,
que comparto
con sencillas miradas
que son contemplaciones
de la voluntad,
de la obediencia,
de la sinceridad sin palabras.
Muestras viveza.

Te comunicas
de otro modo.
Me entiendes,
y aseveras con ladridos
lo que es historia
de amistad y de cariño.
No concibes el mundo,
no como yo,
pero es,
vaya que sí es,
tanto como para mí.
Te paras al lado.

Tu astucia
me enseña cada día
mientras guardo tus reflejos
para sentirme
más útil y defendido.
Ladras
para reclamar mi atención.

Nos hemos acostumbrado
a pensarnos,
a sentirnos,
con ademanes
que para ti, Diana,
son el espejo
de mi devoción.
Me das la bienvenida
con tus peculiares gestos.

Me falta vocabulario
para sincerarme contigo.
Por eso tú prefieres
no hablar.
Sabes que sé de ti.

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