Consultemos las experiencias con esas nobles consolidaciones de una amistad que nos debe nutrir con las versiones más queridas. Todos podemos estar en ese entrañable acto que ha de ser la comunicación humana. Nos debemos a la sencillez de una virtud que ha de ser copiosa.
Nos pondremos manos a la obra con una estrella, con un duende también, que nos debe hacer recorrer espacios de sinceras posibilidades donde el todo ha de formar parte de las amistades más comprometidas.
Nos hemos de querer en la soledad y en la compañía, cuando tenemos más capacidades y cuando ostentamos unas cuantas menos. Todo funciona, o debe, en el operativo más prometedor, que nos debe servir para adecuar los instantes de más querencia. Nos hemos de adelantar a los pasos de unos y de otros.
Validemos las posturas que nos acerquen y hagamos que la suerte siga esa estela que todos precisamos para dar con las actitudes más certeras. Las premisas en las que nos debemos mover han de procurar que las temperaturas nos igualen en los buenos propósitos, que los tenemos.
Prefiramos las intenciones, las buenas caricias, los toques maestros, los deseos de creer y de compartir. No hagamos caso a los efectos de un corazón que nos debe hacer predicar con ejemplos compartidos. Todo lo que nos sucede tiene un sentido y con él nos hemos de impulsar hacia el hueco de la vida misma, donde el deseo y la realidad de la comunicación han de fomentar los mejores fines. En ellos debemos estar, y con ellos hemos de avanzar.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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