Pensemos en lo que hacemos, en lo que nos distrae, en lo que nos concentra, y procuremos avanzar sin correr en exceso. Las vidas tienen mucho que ofertar, y en ese movimiento hemos de estar sin que nos agobiemos ni mucho ni poco.
Nos hemos de ubicar en nuestro tiempo, amoldando las soluciones a los posibles equívocos o conflictos que puedan surgir, que no los podemos evitar. Lo que es ha de perfeccionarse en esa travesía diaria, y lo que no nos conviene lo hemos de dejar atrás.
No permanezcamos entre sabidurías que no nos aportan nada. Apaguemos los fuegos interiores y suscitemos preguntas ante las cuestiones que no terminan de calar. Nos hemos de poner en el sentido de esas sociedades que han de crecer con justicia y sin desequilibrios alarmantes.
Desterremos los malos momentos y gocemos en las navegaciones que nos deben dar vuelo ante las divergencias o vacilaciones que surjan en instantes de encrucijadas, que son normales, y que hemos de superar rápidamente para apostar por la vida como fenómeno de bagaje variado. Todo debe contar en el escenario cotidiano, en la dramaturgia de las relaciones y de las comunicaciones.
Posibilitemos que lo bueno acabe mejor, y que lo mejor siga ese fermento de la levadura en estado de creciente madurez con aromas de infancia. Contemos, recontemos, y aguardemos las contestaciones más convenientes a esos aspectos de la juventud y hasta de la infancia que nos dan el coraje suficiente para adentrarnos cada jornada en el proceso de entregarnos a los demás.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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