Reside la vida en esas esencias que a menudo no valoramos, pero que hemos de poner en valor para que no se pierdan. Toda altura necesita de una base que no podemos olvidar.
Giremos la mirada hacia esos momentos que nos dieron una realidad, una razón, una devoción tangible con la que abordar los aspectos más lógicos del presente. Lo pasado queda en esa nada que no debemos, o no queremos, recordar.
Dibujemos esos soles que iluminan los espacios más vacíos y negros. Aspiremos las emociones para devorar el hastío. No nos quejemos de las creencias que no nos llevan en volandas. Todo no va al ritmo deseado. Es posible que tampoco convenga.
Resaltemos los regalos de una civilización que en algo, en mucho quizá, ha progresado, aunque, por la celeridad de las modas, no siempre valoremos esos avances que nos circundan y que son pasos de gigantes respecto del pasado.
Tomemos las riendas del destino, que nos obedece cuando aceptamos sus circunstancias y tenemos nítidas las ideas. Los talleres de trabajo ofrecen respuestas a las repetidas preguntas que salvamos con temor. Los procedimientos comunicativos nos inspiran confianza y nos brindan cercanías y amores que, en sentido figurado, espiritual y físico, hemos de aprovechar.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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