No destruyamos lo que tanto nos ha costado sostener. Ganemos ante los impulsos de los que dicen querer bien lo que ni siquiera aman. Los amores se demuestran andando, con ejemplos, con las obras diarias. Que no nos convenzan de otra cosa.
No podemos decir que somos lo que no demostramos ser. El intento ha de aparecer, y algo de consecución también, aunque devenga en un fracaso, o en parte de él. Puede que las actividades no nos beneficien en lo personal, pero, cuando el proceder es el adecuado, algún beneficio, en alguna parte, debe presentarse en forma de interés objetivo o subjetivo.
No permanezcamos quietos ante las cuestiones que nos disgustan. Las valentías deben demostrarse sin dudas. Acudamos a las llamadas del corazón, que raramente se equivoca. No nos tumbemos a la espera de que otros solucionen lo que no somos capaces de hacer nosotros solos.
Las virtudes se hacen poco a poco, cuestionando los movimientos de quienes nos tumban, o lo intentan, con sus dones más o menos escondidos. Hemos de agarrarnos a lo positivo, a lo que nos brinda pasión y poder sin pedir nada a cambio. Soltemos amarras en la idea de que las sensaciones ilusionantes nos acostumbran a buenas coyunturas. Lo contrario nos deja en el vacío estéril.
Pregonemos las excelencias de aquellos menesteres que nos pueden poner manos a la obra con la idea de saciar algunos deseos desde el compromiso de modificar lo que sea necesario y tomando en cuenta, en el avance, de que juntos podemos y mucho.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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