Nadie puede evitar nada, ni nadie quiere. Nos asombramos de una existencia que serpentea por doquier y que nos entierra en vida. Nos subimos a la parra de la impiedad y somos impuros en la ardua espera que nos controla muy poco. Nos asomamos con pensamientos enrarecidos y nos comentamos lo que somos, lo que esperamos de una ruptura total; y sabemos que después, como era inevitable, quedará la nada, esa nada que nadie evita, esa nada que nadie quiere.
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Nos enfrascamos en litigios que nos conducen al punto de la inflexión que nos derrota entre carencias que nos hacen vivir entre disfunciones y falta de caricias. Nos imponemos la moral que nos enturbia la vida y nos proponemos una vuelta a ese destino que nos hizo disimular lo justo. No pagaremos en vano, no daremos nada, no podremos, ni seremos.
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El día se presenta como la siembra que hemos puesto en él, y lo mejor es no darle más vueltas, hoy no.
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