Me convenzo de una promoción que huele a huelga de hambre. Estoy sin tono, sin sentimientos, muerto en vida, y detrás de una ganga que no existe. Fallezco.
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La convicción se pudre en el desierto, que es donde fueron los idealistas impacientes que ahora son recordados para nada. Nos estimulamos con imágenes como vía de salir de una falta de entereza que cultivamos a fondo.
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Nos distraemos con hermosuras que nos rompen con invisibles cortinas que nos visten sin abrigarnos. Hemos dicho torpezas que nos sacan demasiada ventaja.
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Promovemos una virtud que nos distrae: al menos disfrutamos.
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