martes, 8 de julio de 2008
Cosas del querer
Repasamos conceptos, niño mío, y te digo que te amo con locura, con esa demencia de un padre que no ve, o que sí, que únicamente advierte la belleza de un hijo tan largamente esperado. Te canto todas las nanas de antaño, y otras nuevas, y otras más que invento para ti. Eres ese bien preciado que supera cualquier valor económico. Adelantas las prisas y me colocas en posición de calma, con esperanzas, con risas, con inquietudes, con intenciones honestas, las que tienes conmigo, las que tengo guardadas para tus ojos. Te beso, te canto, te susurro al oído, puesto que eres el don más amado por una duplicada capacidad de mi corazón. Has modificado mis costumbres, que se distancian del ruido anterior. Quiero saborearte como un caramelo de fresa salvaje, como una tarta de merengue. Eres mi chocolate especial, mi dulce preferido. Si no existieras, te habría inventado: supongo que lo hice en tiempos, cuando te soñaba, cuanto te manufacturaba con ideas y con pensamientos viajeros. Nos tomamos esa taza de té que enseña a ser pacientes: lo somos, o bien debería decir que lo soy. Tú pides, entretanto, la Luna; y yo, como ahora puedo, te la doy de un papel de todos los colores. Inventamos o reinventamos lo que no sabemos. Hacemos un recorrido por el camino de un país imaginario donde tú eres co-protagonista con los animales más queridos, como el conejo, el perrito, el gato, el gorrión o el escarabajo. Pronto llegará el gusano de seda para abrigarnos con su blanco pañuelo. Memorizamos: en ese repaso nos mantenemos abrazados y consumidos por un querer que, como te repito, niño mío, no se puede ni cuantificar ni esconder.
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