martes, 8 de julio de 2008

Divagando con los poetas

Me gustaría ser capaz de escribir los versos históricos de Antonio Machado, poeta insigne que vivió avatares y conflictos y que plasmó como pocos el deseo, la pasión, el sufrimiento, las ganas, las sensaciones, las querencias, las vicisitudes, las asperezas, los amoríos, los sabores, los entendimientos del pueblo llano. Tuvo la mala fortuna, como sabéis, de morir fuera de su patria. Quizá su desgarro fue premonitorio. Me siento más cercano a él, y a otros como él, cuando tengo motivos de celebración, e incluso cuando no los tengo, cuando estoy a mitad de un camino de muchas fuentes, cuando bebo de la devoción de las gentes “corrientes”. Esta situación de melancolía, y de una cierta tristeza, por qué no confesarlo, aderezada de alegría, me invade y me lleva a los recuerdos; y los recuerdos, a mis orígenes; y mi génesis, a mi infancia; y mi infancia, a los poetas. Quizá por eso pienso en Machado, como pienso, igualmente, en Federico García Lorca. El amigo Enrique Urquijo repetía que le gustaría volver a ser un niño. Recordaba en y con esa canción que casi se ha convertido en un emblema que le encantaría repetir toda una secuencia de actuaciones y de situaciones con las que tanto había disfrutado. Lo malo es que, poco a poco, nos vamos “acartonando” y dejando dentro, digo en nuestro interior, a un chaval y a un adolescente que tuvieron muchas ilusiones, las cuales se quedaron aisladas por un océano de impedimentos más o menos intencionados. De Gaulle reconocía que, con la edad, nos vamos “aburguesando”. Lo vivió en su propio hijo, y supongo que en sus carnes también. La pirueta meta-narrativa de esta ocasión me lleva a los años que viví. Pensamos que cualquier tiempo pasado fue mejor. No afirmo yo que sea el caso. Cada época trae lo suyo, que no es poco. Lo que ocurre es que con el tránsito por esta dimensión acabamos, al menos de cuando en cuando, soportando la resaca de los sueños dormidos o de las esperanzas no fraguadas. Lo peor es que somos responsables de nuestras circunstancias, aunque éstas no sean iguales para todos. Divago, sí, dirán ustedes, y dicen bien, porque el pueblo y las gentes sencillas, ustedes, nunca se equivocan: son el alma, el alma verdadera, que soñaba nuestro convecino Miguel Hernández, así como nuestros queridos poetas del 27. Nadie como los poetas sufren las agonías, los conflictos, la caída en tierra de la sangre que luego brota como el árbol nuevo, profundamente verde. Nadie como los poetas pierden en las guerras: las pierden todas. Y ustedes se preguntarán el porqué de este empeño mío en hablar de poetas, y yo les digo que hay una necesidad siempre de referirnos a su “arte”. Ellos experimentan como nadie la tragedia, el drama, la incomprensión. Ellos reflejan un dolor que me acerca a la pena, al sentimiento hondo. Precisamente de sentimientos va la vida, y no se engañen: no hay mucho más, al menos no hay mucho más de valor.

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