miércoles, 2 de julio de 2008
Joaquina o la imagen de la bondad
Si la cara es el espejo del alma, en Joaquina se puede ver a primera vista que es una mujer muy bondadosa, una extraordinaria persona que se mueve entre la sencillez, el afán diario y una profunda simpatía tímida. Sus ojos, su rostro, su sonrisa esbozada, sus gestos compartidos y sus cotidianas travesuras nos conducen a una artista que se ha ido quedando, pese a todo, con lo mejor de la vida: los amigos, la familia y los hijos, en un sentido restrictivo y abierto. Tiene un corazón inmenso, sin flecos, sin condicionamientos. Está siempre presta a ayudar, a sentir, a experimentar, a escuchar, como pedía el Rey Salomón. Reconozco que se presenta llena de dudas, pero, al mismo tiempo, está repleta de respuestas, de sintonías, de entregas sin pedir nada a cambio. Ha emprendido la ruta de la cercanía, y esa actitud la reparte de una manera incansable, como si fuera un pozo inagotable. Es una “catedral” de persona, una de ésas de las que no hay, y a las que debemos proteger y preservar como garantía de futuro. Alguna vez habrá que demostrar que existieron, y ella será un magnífico ejemplo. Podría estar días hablando de sus sencillos aspectos interiores que enamoran a todos aquellos que la conocen. Es la alegría callada de la Huerta, el buen pensamiento, la mejor de las samaritanas. Su “hogar” es un nido de encantos y de cariños que colocan un hito en el camino hacia la Naturaleza. En este momento podría esbozar y explicar todo su periplo artístico, sus intenciones y sus plasmaciones pictóricas, pero, como para mí sus cuadros son puro sentimiento, creo que, amigos y amigas, en ellos podréis encontrar todo lo que en esta breve presentación he escrito de esta mujer de Algezares a quien Dios bendiga durante muchos años. Por lo demás, y como siempre, le deseo mucha suerte a mi maestra, a esta excepcional Joaquina.
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