miércoles, 9 de julio de 2008
La noche
Es de noche, y sueña la ciudad, y yo con ella. Me hago viajero con los noctámbulos, que agradecen la llegada de la oscuridad para buscar entre las brumas. Veo a cientos de gentes andando, corriendo, en coches, en todo tipo de vehículos, aligerando, abreviando, conformándose con un destino que para todos es desconocido, aunque nos afirmemos con confianza. Unos y otros se enfrentan al anonimato, a la carencia de reconocimientos, a las premuras que nos alcanzan con planos y con anécdotas. Escribo con disimulo, como el que no quiere, como el que se deja vencer por el sueño tras un día largo, agitado y cansado. El manto de la noche se cierra, y nosotros quedamos entre protegidos y atrapados por unas horas que no contamos, que ya no contamos. Prosiguen los ruidos, el murmullo de las ruedas de unos automóviles desconocidos, siempre con prisas. Las parejas se cogen de la mano, los vigilantes controlan y comprueban, y las madres esperan intranquilas la llegada de los hijos que nunca tuvieron, que no tendrán. Acechan también los culpables de todo y de nada, los que vienen con intenciones ocultas, tan secretas como la noche, como su oscuridad, que juega a caballo ganador. Ellos hacen crujir las ramas de unos árboles secos. Yo me asomo a la ventana, y, mientras navego con la imaginación, me voy a dormir.
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