martes, 1 de julio de 2008
Mi pozo de los deseos
Os acabo de descubrir. Hace tiempo que estabais ahí, pero os veo ahora. Me miráis, y entiendo que sonreís al advertir como me introduzco cada día en la vida repleto de hastío, de rutinas, de sinsabores, de agotamiento en los albores de la jornada, de pensamientos troceados, de estiramientos que me corroen, de tribulaciones que vienen y que van, pero que nunca descansan. Supongo que voy tan acelerado que no percibo lo que acontece en mi entorno cotidiano. Me inclino a pensar que todo forma parte de una decoración sin más interés, y me marchito lentamente con estas apatías que me sugieren desganas sobre desganas, flaquezas sobre “sin-sentidos”. Entretanto, vosotros seguís en vuestra “faena”, con vuestro pozo de los deseos, con vuestra búsqueda incansable, con vuestros silbos, con esos cánticos que saben a gloria, a paz, a armonía... No hay horror, ni pavor, ni situaciones que perturben. Sois, en vuestra inocencia, esas almas que anónimamente, casi de modo silente, pasáis por la vida ajena dando ejemplos inconscientes. Os compré como un elemento decorativo, y en esta noche sin sueño me dais más lección que muchos maestros. Detrás de vuestras barbas canas se esconde la sabiduría de aquel que aprendió lo justo, del que vivió lo propio y lo lejano, del que calló cuando su conversación no mejoró el soplo del aire. No disimuláis: hacéis vuestra labor lo mejor que podéis. Sois la norma, y eso se ve como excepción (supongo que porque no contemplamos con ojos de niño). La economía de mercado no os da valor: sois productos baratos, repetidos, inanimados, de los que proliferan a raudales por centenares de miles de comercios. Sois más bien personajes “escondidos”, de esos protagonistas secundarios que no valen más que el papel donde se imprimen sus nombres. Estáis condenados a ser más, muchos más, y, lo que es peor, lo estáis a no ser comprendidos, a no ser vistos desde una óptica más profunda y menos superficial. Aquí, en mi despacho, con las luces y las sombras de una ciudad que se adormece, os descubro, aunque, como digo, como sé, durante un largo período habéis estado en el mismo sitio. De repente he caído en la gracia de vuestra presencia minúscula en tamaño pero grande en propósitos. Sois mis compañeros de viaje en este lugar de sueños y de multitud de pensamientos. Estáis sacando agua de un pozo, en ese lugar de los deseos donde abunda un verde esperanza. Sois mis “peques” preferidos, ese regalo que descubre que un trabajo en equipo vale más que mil victorias individuales. Es mi pozo de los deseos de cerámica, con sus cuatro enanitos que consiguen abrevarme esta noche de simpáticas sensaciones. Es un descubrimiento de lo cercano que me invita a seguir con otras posibilidades que no se hallan en la lontananza. Verdaderamente.
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