martes, 1 de julio de 2008
A modo de aviso
No sé si usted, amigo lector, o amiga lectora, se ha visto alguna vez en la tesitura de rememorar algo que escribió hace un tiempo, quizá unos años. Puede que se ría o que llore mientras trae a su mente ciertas evocaciones, ciertas situaciones de triunfo, de fracaso o de pura rutina o monotonía. También puede darse la coyuntura de que no termine de entender o de recordar lo que pasó, porque es posible que la mente le juegue una mala pasada y no determine todas las circunstancias tal y como fueron. Puede que incluso no se acuerde o que cambie la historia, y el no va más es cuando usted, señor o señora, no se reconoce, no se ve ahí, no se comprende en esas circunstancias o en esos sentimientos. Pasa, y, precisamente, ésa es la hermosura de la literatura en general y de la poesía en particular. Nada permanece estable. Aquello de que todo depende del “cristal” como y con que se mira es más que cierto: es abrumadoramente verdad. Yo añado que “¡a Dios gracias!” En fin, con estas palabras amontonadas intento, seguramente, lanzar un primer mensaje, un primer objetivo, una premisa que o bien validará lo que aquí encontrará, o, por el contrario, le dejará inexpresivo. El fin de esta obra es que usted se divierta, que sufra, que lo pase bien, que llore, que se llene de apetencias o hasta de amarguras... Me encantaría que trajera a su espíritu eventos vividos o por venir. Nada me colmaría más de orgullo que el conocer que ha habido algún género de identificación, de apetencia, de comunión, de catarsis, de entendimiento. Por otro lado, uno de los propósitos más loables de la palabra es, lógicamente, la transmisión de intenciones, de ideas, de formas de ver la existencia, de interpretarla, de compartirla. Alguien dirá, se dirá, o dirá a voz en grito, que he querido susurrar esto o lo otro. Puede que tengan razón (no olvidemos que el lector siempre tiene razón), mas también aprovecho estas primeras líneas para anticipar que no hay puertas en este libro, que no hay techos, que no hay lindes, que no hay promesas cerradas, que no hay un aire cubicado, que no hay hitos “acotadores”, que no hay pretensiones resueltas. El mundo, como el espíritu humano, es libre, independiente, fundamentalmente en cuanto a los modos de pensar. En este caso no podía ser menos. Quizá la postura se quede cómodamente corta, pero abrigo la esperanza de que con la ayuda de usted el viaje pueda prolongarse millones de espacios más allá. Por supuesto, ¡gracias por la confianza, y que usted lo disfrute! Nota: Prólogo de mi próximo libro de poesía. Por favor, no se den prisa, que yo no la tengo.
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