viernes, 11 de julio de 2008
No estoy en el nuevo día
Te levantas tarde, te llegas hasta mí, me besas, y me hablas como si nada hubiera ocurrido. Nada parece que pueda colocar algo de niebla en este día de rayos de sol apetecibles. Dialogamos, conversamos de todo y de nada, de esas coyunturas insustanciales en las que nunca reparamos hasta que algo cambia de sitio. Sin duda, algo ha cambiado de lugar, para peor. Me miras, me tocas la espalda, y me das un abrazo sin compromiso, como el que se acerca a medias y ni llega ni se va, ni confunde, ni regala, ni promete una versión de las cosas hermosas que, con seguridad, se darán en otro mundo, en otro planeta, con otra lucidez. Comienza el ritual del desayuno, y nos comentamos el porqué de lo mismo de ayer, y, como ayer, no contestamos: mañana tampoco contestaremos. Abrazamos una mordaza que nos corrompe. No llegamos a fin de mes, y ya estamos en las últimas. No sé qué es lo que ha acontecido en esta última oportunidad: ni siquiera lo pienso. Me da igual. Estoy roto, más que destrozado, sin ánimo de ningún género. He pagado para entrar en una habitación sin salida. Compañera, me llegas, me saludas, me tocas la espalda, me abrazas y cumples con un protocolo que se asemeja a algo ancestral. Haces de nuevo todo eso; y yo ya no estoy.
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