martes, 1 de julio de 2008

Otro deseo de huir

Hoy amanecería en una “isla” desierta y vagaría con mis pensamientos por sus playas, sin importarme el día de mañana. Me encantaría poder huir del pronóstico y de los análisis totales. Me llenaría de arena para compartir mi soledad con fauna y con flora salvajes, amén de unos cuantos amigos y amigas, los justos. Verdaderamente, me apetecería irme a “ninguna parte”, donde no fuera fácil encontrarme. Me desharía de la sensación de hastío, de repetición “amalgamada” y estúpida. Hay momentos en que uno se ve superado, y éste, seguramente, es uno de ellos. Inconscientemente, uno sopesa los pros y los contras de cualquier actividad, de cualquier modelo de vida, de cualquier regalo, de cualquier tarea, y, cuando ve que la balanza está en un relativo equilibrio o con una cierta ventaja a nuestro favor, toma partido por la decisión más beneficiosa. Uno va, como digo, poco a poco “enrutando” su existencia, confiado en que, globalmente, salen las cuentas. Sin embargo, un buen día, o malo, según se contemple, uno hace arqueo, y contempla con estupor poco comedido que no cuadran las cifras. Vivimos en un trágico déficit que nos pasa factura y frío. Es entonces cuando uno quiere huir a otro lugar, como dice la canción brasileña. Uno desearía buscar un sitio lleno de leyendas, sin horrores, con cuentos de hadas, con comida en la puerta, con amistades sinceras, con familias numerosas, con aguas limpias, con poca contaminación, con ruido de aves, con cielos profundos, con lluvias durante la época de calor, con valentías, con poco estrés, con convicciones y con pocas veleidades, con amor, con pensamientos floridos, sin violencia de ningún tipo... La tela de araña se va tejiendo lentamente hasta que nos puede, hasta que nos paraliza. Hay un instante en que no vamos ni para delante ni para atrás. Todo parece colmatado, fundamentalmente nuestras neuronas, nuestra mente, que no puede más, que gasta el último combustible. No podemos, en esa saturación, ni soñar con volar, y eso nos amarga tanto que desearíamos renunciar a todo y empezar con nada, de la nada, en la propia nada, donde nadie fuera más, donde el coste de las cosas no fuera tan alto, donde la Naturaleza tuviera un papel destacado y maternal. Sabemos que este padecimiento se supera. También sucede que cada vez aparece con una periodicidad menor, lo cual genera menos respuestas. En fin: me sentaré un rato y dejaré que pase este trance.

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