miércoles, 2 de julio de 2008
Conmemoraciones
Se conmemoran 200 años de una batalla. Le podemos poner nombre, pero, como dijo Cervantes, no le podremos poner “alma”. Miles de hombres cayeron en el anonimato de la sangre en una pugna que, como en cualquier conflicto armado, solo beneficia a los que ostentan el “capital”. Los intereses económicos son muy oscuros y no entienden de personas, ni de sollozos, ni de dolor, ni de soledades. Las páginas de la Historia pasan con el mismo peso, con la misma indiferencia de la distancia, por los suelos convertidos en barrizales donde se mezclan los cuerpos heridos e inertes. Nunca ha habido un lugar para los héroes, y, si lo hemos creído, nos hemos auto-engañado. Dice el pueblo que nacemos solos y que morimos solos, aunque estemos rodeados de “mal-nacidos” o de aduladores, que quizá sean lo mismo. Sacamos el rostro de los vencedores como si tuvieran de qué vanagloriarse. Pagaron su precio con una moneda irreparable, y a eso le llamamos “vencer”. La autoridad no se ejerce desde el poder omnímodo, desde la fuerza bruta, porque antes o después perdemos nuestro ejército o bien nos quedamos dormidos. Las gentes bondadosas siguen los ideales humanitarios: aunque lo sabemos, nos cuesta trabajo poner en práctica esta actitud sabia, que llenamos por ingratitud, por desconocimiento quizás, de inconvenientes. Tengo parientes que estuvieron en conflicto, y, como mucho, ganaron una más pronta marcha hacia el otro barrio, dejando pesar en sus vidas, en sus familias y en otras personas. No vieron otra cosa. Todos se equivocaron, como todos nos equivocamos hoy en día cuando defendemos posturas intransigentes e irreconciliables. Las experiencias están para “algo”, pero han pasado más 6.000 millones de años y seguimos en lo mismo. Creo que es momento de cambiar. Es mi deseo, y el deseo de la gran mayoría, cada vez menos silenciosa.
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