miércoles, 2 de julio de 2008
A mi padre
Tienes la mirada como interesante, como perdida, como entregada, como de querer conocer sin hacer ruido. Se nota a través de los “surcos” de tu cara que te has pasado de largo tres pueblos: ha sido mucho trabajo, mucha fatiga, muchas noches sin dormir, con la confianza desorbitada, en la espera agarrada a un escenario que se cae atropellado por mil vicisitudes. Has aprendido rápido, aunque no siempre te haya servido. Empezaste joven, y aun sigues en la brecha. Has ayudado a tu prójimo: te enseñaron bien, muy bien. Nunca te ha faltado sentido del sacrificio. Tu madre estaba orgullosa. Nadie puede decir que te hayas ensañado con alguna persona por un mal gesto. Has consentido pensando que el mundo es como es, y es verdad. Llevas jirones como pago por este aprendizaje, que no ha sido “pacífico”. No te has distraído mucho. El tiempo libre se ha fugado sin mirar la estela que dejaba. Te has trastornado en la trayectoria, que te ha pasado factura. Eres un peso pesado desde tu sinceridad silente, desde la observación mayúscula de las cosas, que amas sin demostrarlo mucho. Todo lo conocido y lo no conocido forma parte de ti. Has asumido tu papel con una voluntad manifiesta. Tu destino no fue el mejor de los posibles, y lo aceptaste con un alto grado de resignación. Impone esa postura, que me causa perplejidad y sorpresa en plan filosófico. Has llegado hasta donde has podido. No se te puede pedir más. Has ofrecido todo, más, sin pedir nada a cambio. No has protestado, no te has mostrado de mal humor. Has interiorizado la amargura y has apartado la queja para dar paso siempre a la danza de la salvación. Como ejemplo, eres irrepetible, y la experiencia que nos has regalado es impagable. No quedan muchos modelos semejantes: empiezas a ser de los pocos, de los últimos de una estirpe. No dejas ver tus puntos débiles, que los tienes. Sabes que, al final, pocos nos ayudan, por no decir el número, que nos asustaría. Asimismo, piensas que los que se atreverían a apoyarnos no tendrían suficientes recursos para hacerlo. Por ello, prefieres no preocuparlos, y, una vez más, guardas silencio, quedas como “mudo”. Eres tan generoso que te has alegrado de los éxitos ajenos como si fueran propios, que te has jactado de las fórmulas que hemos aplicado los de tu entorno. No eres envidioso, y eso me llama la atención hasta hoy en día. Es raro ver esto, sobre todo porque es verdad. Tu espíritu de entrega es tal que eres capaz de renunciar por ti mismo, hacia ti mismo, con el fin de que otros tengan. Te enseñaron bien a ser el último, y lo has demostrado en estos sesenta y seis años de tu existencia. Estoy contento de haber pasado buena parte de ese período a tu lado, aprendiendo, siendo mejor persona. No he sido un buen alumno: el fallo ha sido mío, y no tuyo, que eres experiencia y una loable referencia. En fin, amigo mío, padre mío, que te quiero un montón, y lo sabes. Nos parecemos mucho en numerosas cosas, entre ellas que interiorizamos multitud de sentimientos que nos agarrotan en determinadas ocasiones sin que seamos capaces de manifestar lo que somos, lo que pretendemos, lo que meditamos. Te debo mucho, más de lo que un pequeño artesano de la palabra puede elucubrar y plasmar. Eres mi yo, mi Juan, mi vida, mi confianza, mi crisol, mi confidente, mi incondicional, la persona que nunca me fallará. Por tu fe, por tu esperanza y por tu inmensa caridad, siempre seremos como uno. Lo entendemos los dos sin necesidad de terminologías rimbombantes.
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