miércoles, 2 de julio de 2008
El fuego y su rito
Preparamos lo leve y lo relevante. Todo está en un justito equilibro. Eso se nos antoja. Estamos por decidir muchas cuestiones. Estamos en un mundo de apariencias, algunas de ellas extrañas. Volamos un poco más de la cuenta. Nos hallamos en un universo complicado donde nos contradecimos con “increencias” y con “supercherías” burlonas. Frente a ello, y con ello quizá, me adoctrinas, y me hablas en silencio del rito, de las ceremonias, del fuego. Llega tu voz, que antes era insonora. Me confiesas, entre otras cosas, que los rituales son entendidos por la mayoría como un conjunto de normas establecidas por escrito o por la costumbre para la realización de un acto, de una llamada, de una apelación. Paramos la marcha. Ya no hay tanta velocidad. En su vertiente mágica, según extraigo de tus confidencias, constituyen una sucesión reglamentada de acciones empleando una serie de enseres especiales o específicos. Las dudas lo siembran todo. Hemos advertido pero sin caer en la anécdota. Vacíamos y llenamos los mismos cubos. Las percepciones no son iguales. Los pensamientos discurren sin cesar. Un detalle celosamente mantenido en secreto durante siglos se refiere a que el ritual mágico tiene un desarrollo interno además de los aspectos externos. A tu juicio, su utilización en la actualidad puede resultar fundamental para focalizar la energía que queremos incorporar a nuestra vida o para alejar aquellas actitudes de las cuales queremos prescindir. Me insistes en que la persona de bien lleva a cabo rituales para orientar el potencial de su alma hacia un beneficio colectivo. “Cuando aportamos esa energía a la sociedad, todo es mejor, mucho mejor, y somos capaces de superar los nudos de la existencia con una gran dosis de independencia. Las raíces nos exprimen los mejores caracteres, hasta que no vemos más, o quizá sí. Apreciamos los actos solares. En una ceremonia común, la suma de todos los esfuerzos particulares da como resultado un universo impresionantemente hermoso, generoso, dadivoso, esperanzador”, me añades. El conflicto armónico está en cualquier parte. Siempre, supongo, ha sido así. Has leído en alguna parte, y así me lo trasladas, que los rituales más fáciles de llevar a cabo se hacen aprovechando la influencia de la Luna. Aprecio este astro como si fuera una reina, que seguramente lo es. Nos faltan más cosas, y las contabilizamos. Se utilizan las velas como herramientas, a tenor de los escritos de los especialistas. Para ellos, éstas contienen en sí mismas las fuerzas de los cuatro elementos: aire, fuego, tierra y agua. Buscamos más, muchos más. En su interpretación, tan precisa como ambigua, encender una vela equivale a invocar la luz. Es la referencia. Para ello, conviene respetar y cumplir un ritual: primero debemos colocarlas sobre un plato blanco extendido; y luego las encendemos con cerillos de madera, y siempre con una intención clara y definida. Tengamos presente que donde hay intención, fluye la energía, y así nos lo cuentan. Advirtamos que esto es así en cualquier instante de nuestras existencias. Podemos, si nos atenemos a sus indicaciones, dejar quemar la vela completamente o bien hacer la ceremonia durante 15 ó 20 minutos diariamente hasta que se consuma, apagándola cada vez con los dedos o con un matacandelas. Es el ritual. Llegan muchos pensamientos a mí, quizá más en este día de locura y de conflictos internos. No acepto ni agasajos ni compromisos que no se puedan cumplir. La existencia es lo que es, y ahora no me voy a detener por lo que no entienda. El consejo es no extinguir nunca el fuego con un soplido. Aunque no creo en esto, ni dejo de creer, hago mis votos por ti, porque sí sé que crees, porque me lo has confesado muchas veces, porque me has “culturizado” con estas cuestiones y me has hecho un experto. No obstante, debes pensar que en el rito lo más importante es la persona, eres tú, y soy yo. Si crees en ti, no necesitarás ningún elemento intermedio. La voluntad aquí, como en otros supuestos, juega fuerte. La Naturaleza en sí se aliará por tu victoria, porque la merecerás. Sé que te quiero, y entiendo que no hay fuerza mayor que el amor. Procuraré conservarlo, y convertiré el rito del fuego en un sagrado corazón sin servidumbres. Te amo mucho; y seguiré el brillo de ese rito que se produce cada día en torno al Sol desde que amanece. Te esperaré, pase lo que pase. No cejaré en el empeño de dar con la felicidad para la cual nos hemos convocado en este universo de penitencias y de dichas salteadas. Te tendré a mi lado un buen día. Lo aprovecharé completamente. Así sea.
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