viernes, 11 de julio de 2008

En la muerte amorosa

Pasan los minutos, las horas, los eternos segundos antes, y no vienes, no apareces. El azogue me invade y la angustia me recorre con un hormigueo que serpentea todo mi cuerpo. No llegas: cuento todo, hacia delante, hacia atrás, incluso paro el reloj, que me rompe por todos los poros. Te estás vengando de mí. Ya no estamos juntos, o quizá sí: la duda me hace vomitar la nada, que antes fue disimulo. Ha transcurrido la mañana, y de manera errática también lo ha hecho la tarde, que me ha enturbiado, que me ha cimbreado, que me ha encorvado, que ha cincelado todos mis niveles, ahora inundados de lágrimas. Supongo que crees que manejas la situación, entiendo que la dominas, que eres la dueña de esta coyuntura, que devuelve monedas tapadas de perfiles cronológicos. Puedes, tienes la oportunidad y ejerces un control que me traspasa de lado a lado. Yo quedo en mitad de la calle, desangrado, medio muerto, sin saber si amanece o si atardece: me da igual. Me has apuñalado, y, mientras vivo o mientras muero, te deseo todo lo mejor.

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