viernes, 11 de julio de 2008
Lealtad en el amor
Te acaricio, y soy el más afortunado de mi raza, de mi estirpe. Colonizas mi cuerpo, y me siento más joven que nunca. Nos entregamos a la pasión, y creemos en el gran Dios, que nos invita al amor. Besamos cada milímetro de nuestra existencia, y nos metemos en esas sábanas invisibles que nos unen hasta de día. Sé que me recuerdas: espontáneamente surgió todo, y todo seguirá en y a través de un recuerdo imposible de disipar. Las lágrimas acuden en instantes de emoción: nos arrastramos hacia esa atalaya que es el punto de inflexión y de la verdad. Nos regocijamos ante las apariencias que no ocultaron la faz de la estimación sincera: estamos listos para entender, para saborear los aspectos más atractivos, que suelen ser los más sencillos, los más cotidianos, aquellos por los que no hay que pelear mucho. Te miro a través de un visillo que esparce el calor de un verano que no ha hecho más que correr. No habrá distracción: todo será aprovechable, y seremos muy felices. Beso tu mano, y eso es tan solo el inicio. La carrera será a cámara lenta: no hay prisa, no hay competencia, sino más bien lealtad. La realidad se funde con el cariño: somos la efusividad del amor.
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