martes, 1 de julio de 2008

A modo de “acercamiento”

Si a alguien se le conoce de alguna manera, por mucho que se empeñe en ocultarse tras una o millones de máscaras, es cuando ofrece su alma de poeta, cuando se rinde a la evidencia de la fantástico, de lo soñado, de lo elucubrado. No es posible ocultarse tras ninguna pantalla cuando uno se desahoga con el papel denunciando estados y desánimos, cortapisas y panoramas, al tiempo que vislumbra la paz de las alturas literarias. Nadie se desnuda ante los demás como los poetas. Nadie como ellos nos comprenden. Únicamente los cantores de las letras se entienden a sí mismos, y nos hacen saber de alguna guisa. Por eso, en el instante en que pasa a nuestro lado un poeta verdadero, nos sentimos imbuidos por su frescor, por sus aires de libertad, por sus pensamientos solidarios y compartidos, por sus hermosas fantasías y por sus dolorosos sufrimientos. Es fácil reconocerlos: solo hay que mirar con una alma gemela a la suya. Para ello solo precisamos una vuelta a la niñez, a la inocencia que nos impregnaba de fragancia y nos hacía pensar que lo más importante era el presente, sin consentir lastres pasados ni agobios futuros. Toda esta perífrasis, amigos y amigas, damas y caballeros, chicos y chicas, niñas y niños, para confesaros que enseguida reconocí al autor de esta obra, que ahora no menciono: lo sentí cercano, como mío, en la misma onda, que ahora se dice. Cuando conversamos la primera vez, “sintonizamos”. Fue como en esas ocasiones en que parece que hemos vivido algo que no recordamos completamente. Fue como si ya hubiera pasado por ahí, como si ya se hubiera producido la conversación que estábamos manteniendo. Aparte de comentarme ciertos pensamientos, de destacarme cómo veía la vida, cómo interpretaba el oficio de escribir, me pidió algo tan sencillo como “dedicarle” estas líneas, y, sinceramente, nada tan sencillo y tan reconfortante para mí. Es cierto que después de leer su poesía tengo que subrayar que las expectativas, que las tenía, han sido más que superadas. Hay en él una técnica muy secreta, muy suelta, muy libre, muy sabia, muy salvaje y muy natural. Nuestro autor tiene un “don”. Mi deseo es que siga así, que no se canse y que, entre guardia y guardia, siga fomentando ese olfato. No ha de cejar en el empeño de potenciar sus musas, sus inspiradoras. Sus juegos, sus interpretaciones, sus miradas introspectivas nos sumergen en un baño de fe, de análisis y de conocimiento del que salimos para escuchar el susurro de unos términos que admiten múltiples significados entre sus dedos, desde su mente prodigiosa. Como no podía ser de otro modo, le doy la enhorabuena, y le prometo todo mi apoyo en adelante. Solo le pongo una condición: que, por favor, no deje de pensar, de ser independiente y de escribir. Nota: Amigo, va por ti.

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