Al tiempo que les agradezco su presencia, quiero adelantar ese contento propio que siento por la invitación a hacer un poco de maestro de ceremonias, de maestro espontáneo, querido, brindado a la faena de esta suerte de “acto triunfal” de la razón humana y espiritual, como es la exaltación de la música, de sus aficionados, de sus profesionales y, cómo no, de aquellos que se entregan solidariamente en cuerpo y en alma a su andadura, a su buena marcha, a su buena salud. Si yo les contara que hace unos años (no quiero decir cuántos para no dar muchas pistas) estuve a punto de entrar en la Banda de Música de Beniaján de manos de mi bien recordado maestro Sebastián Gálvez, seguramente no se lo creerían. Crean en mí cuando les digo que fue así: tuve todo hecho, y solo me faltó no sé qué valentía para entregar la documentación y ponerme en marcha. En fin, sin dar justificaciones, les cuento que no fue, y punto. Una pena. Lo cierto es que echo en falta en muchas ocasiones una cierta formación musical. Uno, tocando un instrumento, puede ser el rey de una fiesta o el centro de atención en una reunión playera. En mi caso, ni una cosa ni la otra. Sea como fuere, es evidente que la música mueve los espíritus y que los complace. Hace ahora una semana que estaba en la bella ciudad de Estrasburgo, y era rara la noche en la que no asistía a la actuación siempre complaciente de algún extraordinario y anónimo músico que deleitaba a su familia mientras cenaba en un restaurante, y, de paso, a todo el público presente. Un ejemplo extraordinario. La música, no cabe duda de ello, nos endulza y nos encumbra hacia cimas supremas que nos engrandecen como seres humanos que somos, aunque a veces parezca lo contrario. En un mundo con 30 guerras declaradas, con hambre, con miserias, con atrocidades que parecen distanciarnos de la bondad y de los buenos deseos, hallamos, por el contrario, ciertos aspectos, como la música, que nos hacen resucitar cada día con anhelos renovados y con una versión y una visión positivas de las cosas. Como quiera que no es mi intención que ustedes se me duerman, simplemente es mi aspiración, y creo que la de todos los presentes, que esta Agrupación siga avanzando durante muchos lustros y que, con mucha salud, la puedan disfrutar. Así que, por favor, traten de cuidarse al menos durante los próximos cien años.
Nota: Extracto de mi presentación con motivo de la entrega de los premios “Boquilla de Oro”, que ha otorgado la Agrupación Musical de Beniaján a Don Tomás Fuertes y a Don Antonio Sáez.
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