jueves, 3 de julio de 2008
Sangre en el camino
Te conozco desde niño. Nunca pudimos cambiarte tu aspecto, tu talante, tu forma de ser, tus desmanes, tus atropellos, tus cariños… Siempre llamaste la atención. Te movías entre extremos. Eras muy buena persona con tus amigos, y muy mala con quienes no los presentías así. Había que atarte en corto, y tus familiares lo hacían, o, al menos, lo intentaron. Estudiábamos mucho, queríamos, querías saber, como si el conocimiento te liberara de las condiciones de esclavitud de tu situación sangrante. Tenías, ahora que recuerdo, unos quince años y te quejabas de todo. Querías ser el mejor, y casi lo eras. Te perdía tu carácter, insólito para tu edad. Aplicabas todo tu raciocinio con tanta contundencia que los demás aplaudíamos cualquier actividad tuya. Ahora sé que te hacíamos un flaco favor. Finalmente, te moviste entre “contrarios”. Lo tuyo no era la “diplomacia”. Te habría gustado inventar algo para ser un poco más protocolario. No obstante, había en ti algo de respetuoso y de elegante. No eras para nada perezoso. Te sabías situar siempre en el sitio adecuado: ése, quizá, era tu secreto, que no escondías. Estabas en una constante y plena carrera, y no te movías de los huecos que ibas encontrando. Compartías los emblemas: no eras nada posesivo. Esta actitud era “parte” de tu encanto. Fuiste muy inteligente desde bien pequeño: resolvías los problemas antes que nadie, o te cansabas antes que nadie. Lo tuyo era aprovechar el tiempo, que se te iba, como ahora se te ha ido. Tenías muchos defectos también, pero, como no los disimulabas, como los mostrabas con simpatía, nos sentíamos a gusto contigo. Protegías a tu gente, a tus amigos, aunque fueras consciente de sus errores. Aún recuerdo una pelea entre clanes de chicos en la que estuviste hecho un jabato. No era tu lucha, pero apareciste como un héroe caído en busca de una leyenda, y te la hiciste… Había una proporción de uno a tres, en nuestra contra, y tuvimos que rendir nuestros cuerpos al suelo. Fue un buen día. Desde entonces nos respetaron más. Podíamos ser cualquier cosa menos cobardes. En ti todo estaba bien enfocado. Eras capaz de solventar cualquier apatía en un palmo de terreno. Te inventabas cualquier cosa. Veías lo obvio mientras los demás estábamos con las musarañas. No había manzanas de la discordia, sino alimentos que nos pudieran nutrir. Todo lo aprovechabas. Nunca he visto a nadie manejar el tiempo como tú. Eras un niño que no parecía un “infante”. Alguna vez el grupo pensó que dentro de ti había un adulto que de pronto se había reencarnado en tu cuerpo. Fue, porque lo eras, tremendo. Ibas silbando por la calle, como si los elementos negativos del universo no fueran contigo; y verdaderamente sí lo iban. Te la tenían bien jurada los “pillos” del mundo que exclaman y que esperan su oportunidad traicionera para clavar sus cuchillos. Eras excepcional, una buena persona obligada a salirse de lo normal, y por eso “ellos” te apuntaron antes, y por eso acabaron contigo. Ha pasado el tiempo, y, clareando el día, has muerto en y a manos del sistema que te dejó a tu libre albedrío para luego servir de ejemplo a los demás. Un soplo de aire frío ha recorrido mis sienes, que te conservan como eras, como eres, como serás. No quiero “ventas” que ahora confluyen en el caos: yo sé quién eras, de lo que eras capaz y, en adelante, procuraré que viajes conmigo. Tú sangraste por nosotros. Es mi turno de valentía: en el futuro sangraré yo por ti. El color rojo no quedará impunemente en el camino.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)

No hay comentarios:
Publicar un comentario