jueves, 3 de julio de 2008
Honra a los muertos
Llegan las fechas simbólicas de recordar a los muertos, a los que se fueron sin “remisión”, a los que se cansaron de estar aquí, a los que fueron llamados a la diestra del Gran Dios bajo la fórmula que éste tenga. Especialmente afloran, en estas jornadas, los momentos, los hechos más simbólicos. Nos atosigamos un poco. Escuece ver lo que es la vida, lo que es su atardecer, lo que es su despedida y cierre. Siempre he creído que andamos con tantas “zarandajas” porque no queremos reconocer nuestra finitud. El hecho es que llegan estas “efemérides”, o lo que sean, que no son, que no pensamos determinar del todo, y nos enfrascamos en unas “rutinas” de misas, de agasajos, de recordatorios, de ideas de lo que fueron o no fueron aquellos que no están, que, por otro lado, nada dicen sobre lo que pasa. Miramos las llamas de nuestras existencias y nos entontecemos pensando que podremos salir de las desgracias fútiles que nos devoran el bienestar y la felicidad. Nos apagamos en vida como las velas que colocamos en estos días. Miramos las fotos de un pasado cercano, y que empezamos a ver alejado por pura supervivencia, y nos deprimimos en la desesperanza de un destierro desfigurado. Nos asaltan millares de vacilaciones, con sus inexperiencias, que lo son porque nos hemos empeñado en ello. De pronto caemos en la cuenta de lo que somos: viento, ceniza, pesadillas, sueños, caricias efímeras, casi nada, prácticamente nada. Nos degollamos con falsas confianzas que recorren con espasmos los ojos fijos en las estrellas inalcanzables. Quizá deberíamos concienciarnos para que este caleidoscopio lo pudiéramos hacer todos los días del año, todos los años de nuestras vidas. Es un objetivo que se queda en una buena intención. El tiempo dirá, dirá lo que dirá, lo que pueda decir, que será que andamos con los “cristalinos” tapados. Como quiera que no vamos a abarcar más de lo debido, y para que nadie piense que no hemos dedicado unas líneas a los antepasados (a los míos los rememoro más a menudo de lo que me atrevo a confesar), hoy pido honor para nuestros muertos, para los que entregaron sus vidas a favor de un mundo mejor. Solicito honra para todos los que durmieron en la esperanza de un cambio, de un final de lo no auténtico, para los que se llenaron de promesas y de confianzas respecto a la caída de los jinetes del Apocalipsis. Fueron grandes, fueron anónimos, fueron ellos, como un día nosotros. Le debemos más de lo que jamás podremos acertar a comprender. Hoy va sencillamente por ellos.
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