martes, 1 de julio de 2008
Tocado, paralizado por el miedo (1)
Un amigo me ha escrito una linda carta llena de reflexiones que, al tiempo que son particulares, son universales, y que muestran los sentimientos que afloran y a los que se enfrentan los millones de emigrantes que viven en nuestro país. La belleza de estas palabras, los juegos fugaces que emergen directamente del corazón y toda una visión de la vida con sus toques tan mágicos como “vetustamente” agrios los traslado seguidamente: “Tengo miedo, me duele el alma, tengo ganas de llorar, no puedo respirar, siento algo que oprime mi ser. Quiero gritar, necesito sentir que estoy vivo… Camino sin rumbo fijo. Es ésta una hora aciaga. Nunca pensé que se podría padecer tanto... No sé quién soy. No sé si soy un chico que viajó desde Ecuador lleno de ilusiones o un hombre derrotado. Realmente, ¿quién soy? Me siento ante el ordenador y el miedo se apodera de mí: no sé si podré escribir. ¡Cuántas veces he querido hacerlo y no puedo! Mi mente se bloquea. ¿Por qué? En lo que parece otra existencia trabajé como periodista. ¡Cuántas veces me senté frente a un micrófono y mi ser se transformaba porque ésa era... mi vida! Cómo disfrutaba con ello: una grabadora, un lápiz y una libreta frente a mí. Estos “instrumentos” eran mi amor, todo cuanto estimaba; pero ahora no puedo realizar nada con ellos. Simplemente no puedo. ¡No sé quién soy! Viene a mí el recuerdo de un pensamiento del ilustre y recordado, siempre presente, Pablo Neruda: “Por una razón o por otra, soy un triste desterrado”. Medito en torno a mi país, ese Ecuador guapo, ese robusto territorio que es como una rosa hermosa, espléndida, pero con espinas por su realidad fuerte, cruda, dura y mordaz. Ecuador es, hoy en día, como otras naciones hermanas de Iberoamérica, sinónimo de pobreza, de corrupción, de subyugación. Me niego a hablar de “caos”. Para eso están los medios de comunicación ¿social? y los informes de la Casa Blanca, de esa “gran capital del mundo”, de Washington, informando del lamentable estado de esa zona del globo terráqueo. Yo estoy aquí, y, por unos instantes, me he desprendido de mis temores para aconsejar que no pongan en duda las maravillas que oigan sobre mi país, sus paisajes, sus playas, sus montañas, y sus ciudadanos y ciudadanas. ¿Qué puedo decir? Mi Ecuador es un completo servicio a domicilio: pides algo e inmediatamente lo tienes. Mis compatriotas lo entregan todo. Para ver a mi “tierra” con el corazón hay que leer su “intrahistoria” y recorrer sus paisajes y “paisanajes”. Hablemos, igualmente, de mi relación con este otro maravilloso y acogedor país: España. He dicho a menudo que mi nostalgia, todo este vacío interior, empezó a mediados de los noventa, cuando mi nación cambió tanto. Yo era uno de los muchos jóvenes que soñaba con ser feliz. Para eso me educaron. Durante un año estudié en Barcelona, en el Colegio de Periodistas de Cataluña, un curso de postgrado sobre “Periodismo Iberoamericano”. Luego regresé a mi ciudad de origen, a Quito, crisol de culturas y bañada por la esperanza de pueblos orgullosos que han configurado un conglomerado perfecto, si no fuera por... Pero, a mi regreso, llegué a un lugar que no podía reconocer por “mudanzas” que intuí que se han producido en los últimos tiempos, aunque, en realidad, ese cambio debió empezar mucho antes. Advertí que había estado ciego, en un puro egoísmo que, en ese preciso instante, me hacía languidecer y morir de pena”.
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