Sufro con la mirada
de quien advierte
el peligro por todo
cuanto viene,
que es mucho.
Nos amamos
en la sombra de un tono
que sube, que baja,
que presta sensaciones
que luego huyen.
Y, mientras, suena
la guitarra con su amor,
con sus armónicos,
con sus duendes escondidos
en las cuerdas,
en su seno de almohada,
en la barra libre de un bar
que nos atosiga
con sus indelebles soledades.
Martillean las palabras
que esconden libertad,
dolor, tristeza y amoríos
de mano en mano,
como una falsa moneda.
Aclaramos la voz,
y damos ese grito
que hace tiempo
que esperábamos dar.
Apareces tú,
bailando, mirando
a ninguna parte,
y no sé qué hacer.
Hay esperanza.
Se llama “quejío”.
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