Explotar entre sollozos

Lloro hasta reventar de alegría, porque entreveo que tu amor es de verdad. El sufrimiento por la acelerada separación, símbolo de una apresurada derrota, nos envuelve con pañuelos al viento que nos conmueven con todo tipo de jovialidades sinceras, que, quizá, son lo único importante. Derramo lágrimas hasta no tener nada en el cuerpo, hasta dejar fuera todo lo que viene, hasta entregarme a la sencillez más pletórica y marchosa. Me influyes de modo tal que siento que soy feliz certeramente, sin engaños, con cuestionamientos claros y claves. Lloro como un surtidor inagotable, y mis palabras vuelan hacia las cuatro direcciones entre vendavales y huracanes. Me place pensarte, sentirte, acariciarte con mil alfombras persas bajo nuestros cuerpos, que gozan de calor y de temple. Nos ordenamos entre fantasías que hermosean lo que viene por un camino azul con gatos y con aves de fondo. Hemos impuesto la norma, y norma somos entre compensaciones que aligeran los ritmos hasta ser más nosotros. Nos tomamos un descanso para refrigerar lo que nos invita a ser, a vivir, a entender. Las lágrimas recorren mi rostro, y me enfrento a unas ganas de vivir que suplen cualquier necedad. Me preparo para atender y entender, y soy entre aspectos preciosistas que me invitan a olvidar lo malo y a plantar un olivar de paciencias y de claros deseos. Me cubro de sanas intenciones con rejuvenecedores que nos alivian con invenciones claras. Nos compramos una camiseta de colores para lucirla con invenciones que no suponen nada. La tristeza no es tal. Es una especie de agridulce impotencia ante lo inevitable y lo valerosamente bueno. Nos preparamos como personas y luego las circunstancias deciden casi todo. Es cuestión de ver, de “asistir” y de leer entre líneas. Hoy me siento pura humanidad y lloro por el encuentro, por comer la manzana, por las ausencias, por los brillos de un sol efímero que nos da contento y melancolía. Lloro hasta explotar. Enmudezco de una coyuntura que me regala perplejidad.