martes, 1 de julio de 2008
“Tirada”
Esperas en alguna parte. Nadie llega. Las preocupaciones se acercan a límites insoportables: te quedas casi sorda de ese “retumbar” de campanas que saben a desgracias repetidas y funestamente desagradables. Te sientes vacua, arrepentida por una confianza que no valió la desazón. Todo el mundo te ha avisado, pero no has querido aceptar sus consejos, sus alarmas. Ahora vives con amargura este pasatiempo sin nombre, con reflejos que queman, que proyectan llamas y alaridos. Sudas de estrés. Te azogas. Aumentan tus palpitaciones. Te consideras un mueble viejo que se ha vuelto rozado y transparente con el paso de los años. Fue un espejismo: pensaste que le interesabas, y te tomó el pelo, como todos te anticiparon. Lamentas no haber aceptado sus palabras, no haber asumido tu error, que se mordió la cola y luego destrozó tus entrañas. Miras hacia los cuatro puntos cardinales: él no aparece. Te mintió. Supongo que esta tesitura era previsible: te agarraste a un clavo ardiente, y te devoró un corazón que se ensimisma y que nada tiene a su alcance. Eres la víctima de una represalia que intimida tu espíritu, deshecho como un colador que desespera. No te toleras: te repites decenas de veces que no debiste fiarte. Sin embargo, lo hiciste, y en esta “convalecencia” te derrites como un polo en pleno verano. Es un desperdicio. Tratas de disimular, mas no eres capaz de engañar. Tus ojos te delatan. Has propulsado tu aislamiento. Haces un repaso mental a todos esos equívocos que tapaste con tus vanos esfuerzos. La balanza está muy descompensada. Te metiste en una “rueda de feria” sin boleto ni destino, y, en ese aturdimiento, cabalgas entre olas que te cubren y que te pueden. Os separaba casi todo. La edad no acompañaba, ni el contexto, ni los amigos, ni esa familia cercana o no que opina como puede, nunca como debe. Los caracteres eran diametralmente opuestos. No había razones objetivas para creer que todo iba a funcionar. No podía ser. El pasado era una losa de demasiados kilos. El presente tenía condicionantes insoslayables. Cuando pensabais en el futuro, no lo veíais claro. La rueda de la vida iba o bien muy encabritada o bien muy despacio. Estallabais en inapetencias que se traducían en discusiones, en palabras huecas, en largos silencios. Había, estimo, amor, pero no el suficiente. La coyuntura fue tal que pensasteis en la huida, y, sin pensarlo, cerrasteis la “cita”. Ahí estás tú: sola, triste, desamparada, agobiada, lastrada por unos actos dramáticos, por una tela de araña que descarga su veneno. Él no vendrá. Sigues unos segundos más, unos minutos, unas horas... Al final, tendrás que claudicar; y no quieres ni pensar lo que vendrá después. Estás desguarnecida, a merced de un pensamiento bloqueado, desesperada. ¡Ojalá finalice pronto el día! ¡Qué dolor!
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